Carmen Bernand, doctora en Antropología por la Universidad de la Sorbona, define la zambra como «un baile morisco particularmente sensual, al son de castañuelas y de tamborcillos, que anima los cortejos». El crítico francés Christian Poché se remonta siglo atrás para recordar que esos bailes y canciones, en su origen, eran considerados «indecentes y perjudiciales» según el Concilio de Toledo celebrado en el 1589. La tradición de las zambras fue absorbida, aprendida y transformada por los gitanos del Sacromonte hace siglos. Carlos V llegó a prohibirlas en el siglo XVI, durante la Inquisición, porque «se las asociaba en exceso al recuerdo de la presencia de los moriscos». Sin embargo, continuó practicándose de forma clandestina. La práctica de la zambra estuvo sometida a intentos de extinción tras la conquista del Reino de Granada, incluso fue prohibida por la Inquisición, en el siglo XVI.
Su continuidad, de forma clandestina, mantuvo vivo el legado. La cultura gitana del Sacromonte se convirtió en depositaria, velando por su supervivencia. A mediados del siglo XX, en paralelo al auge del turismo internacional, la zambra granadina renació con fuerza. La singular danza se convirtió en una atracción exótica y muy reclamada desde aquellos primeros turistas hasta los de nuestros días.